29 de juliol, 2008

El agujero

Va... m'ha agradat això de penjar contes... tant que en pejaré un altre. Lo mismo, que s'ha de retocar, però aqui va...

El agujero

Cada tarde, tres cuartos de hora después de acabar en su primer trabajo, Cristina salía de casa para acudir a su segundo trabajo. Lo hacia a la hora en que los niños vuelven del colegio o, como es costumbre en estos días, la hora en que empiezan los niños sus extraescolares, tendencia de esta sociedad que de bien pequeños enseña a sus ciudadanos a ser seres muy ocupados y sin tiempo para nada. Puede que el niño con que se cruzaba cada día, antes de llegar a la segunda esquina calle arriba, tuviera más suerte. Siempre volvía del colegio con su madre y la boca llena de chocolate.
Pero volvamos a Cristina, que, como había tomado por costumbre últimamente, avanzaba balanceando sus caderas de forma un poco exagerada. Giró en la misma esquina de siempre en dirección a la calle principal del pueblo, pocas veces decidía llegar a ella tomando otra esquina. Miró de reojo al frutero que regentaba la tienda pocos pasos más allá. Por mucho que se fijara en él, seguía despertándole la misma curiosidad, con su bigote, altura y espaldas de soldado ruso de principios de siglo. Llegó a la calle principal y agitó su pelo de la misma forma que lo hacia cada vez que pasaba delante de la heladería, y un día mas los camareros se fijaron en ella. Y caminó mas, calle arriba, pasando ante los mismos escaparates que había visto el día anterior y su anterior y su anterior, y así hasta llegar al punto de que, aunque en estos hubiera cambios, ella no los veía, ya nos les prestaba atención.
Le podría haber pasado lo mismo con todos los elementos y las calles que recorría de camino a su segundo trabajo: el niño, el frutero ruso, la heladería, los escaparates, la plaza del ayuntamiento, el paseo en obras… Podría haber pasado ante el vendedor de flores con la indiferencia que provoca la costumbre. Podía haber bebido en la fuente como lo hacia a menudo antes de entrar a la oficina. Pero no lo hizo. No pudo llegar a pasar ante el vendedor de flores ni pudo beber de la fuente. Antes de eso la paralizó ver que en la plaza del ayuntamiento ya no había ayuntamiento. En su lugar un agujero inmenso llamaba la atención de muchos de los que pasaban por allí. Debería haber habido bomberos, policía… debería haber encontrado un camino mucho más cambiado y alterado por la noticia del agujero. Pero no era así, todo en su rutina se había cumplido… simplemente un agujero enorme ocupaba el lugar del ayuntamiento. Sorprendida por el descubrimiento dejó de prestar atención a sus caderas, y dejó de balancearlas en exceso. Se acercó al agujero y asomó su mirada sobre el borde… no podía ver el final. Era un hueco tan grande que cabria un edificio en él. De hecho empezó a imaginar que el ayuntamiento hubiera desaparecido tragado por el hueco. No. Eso era imposible. El vacío, que parecía infinito, empezó a atraerla enormemente. Seguramente era peligroso quedarse al borde del agujero. Pero la atracción era cada vez más fuerte y más incomprensible. ¿Por qué quería quedarse allí ante aquello que era nada?
Ella se olvidó de ir a trabajar, se olvidó de la llamada que atendía día tras día en la oficina, se olvidó del café que compartía cada tarde con aquél compañero al que en realidad no soportaba.
Se olvidó porque las oportunidades que ofrecía lo desconocido la atraían mucho más. El agujero era un vacío por rellenar, un mundo que construir a su antojo, en el que podría convertir al frutero en soldado y descubrir nuevos caminos y nuevas rutas. La atracción crecía. El agujero la atrajo hasta que lo deseó como nunca había deseado a un hombre.
Decidió cambiar la pauta por la hoja en blanco.
Y se lanzó. Al vacío.

1 comentari:

Les Nenes ha dit...

Hola "cuentista" :-P

se'm fa raro llegir algo teu en castellà.

Anna.